Mi primera formación académica fue en Historia. En el año 1980 daba yo clases de Historia y de lengua y Literatura a adolescentes de 14 años, en Valencia (España) Observando las actitudes y comportamientos de las chicas y chicos pude darme cuenta de que las chicas tenían claros sus derechos como mujeres y se afirmaban en ello delante de los chicos. Sin embargo estas actitudes de afirmación cambiaban cuando se enamoraban, entraban en relación amistosa con algún chico o, simplemente, cuando querían ser bien consideradas como mujeres por ellos.
Esto me hizo pensar que algo fundamental ocurría en las relaciones entre hombres y mujeres y en la ideología amorosa que impedía el ejercicio de la libertad y los derechos humanos igualitarios para todos los seres humanos, independientemente de su género de pertenencia. Fue entonces cuando inventé una prueba: “La mejor historia de amor que podría ocurrirme”, con el fin de ver la construcción imaginaria del amor y del erotismo en mujeres y hombres. La prueba la realicé en tres estratos sociales diferentes, cuyo análisis aparece en el libro: “Penélope o las trampas del amor”.
En el análisis de las historias imaginadas pude ver la diferente construcción del psicoerotismo masculino y femenino; el masculino más genital y menos consciente de sus emociones y el femenino más global, más detallista y consciente de sus emociones. Vi, entonces, que era necesario trabajar en la educación obligatoria otra concepción del amor y del erotismo para establecer relaciones paritarias entre las personas, otra educación amorosa y erótica donde lo genital y lo global, junto a la conciencia de sí y de las emociones formara parte de la identidad masculina y femenina, arduo trabajo, pues es un proceso en el que intervienen varios ámbitos e influencias como la familia, la escuela y la sociedad, a través fundamentalmente de los medios de comunicación de masas, con todo el despliegue audiovisual al alcance de cualquiera.
Un mito llamó, entonces mi atención: Psique y Eros, mito que podemos encontrar en “El asno de oro” de Apuleyo y que constituye una metáfora del proceso que ha de realizar el alma humana, masculina y femenina, para conquistar el verdadero amor.
Otro punto que observé en las relaciones entre chicas y chicos adolescentes fue la supeditación del deseo femenino al masculino sin considerar el propio, como si sólo existiera un deseo, lo cual lleva a relaciones no consentidas plenamente y a veces a embarazos no deseados. Empecé entonces a formular un proyecto de coeducación sentimental y erótica para adolescentes, que llevé a cabo con el profesorado de un centro, experimentado posteriormente en otros centros y cuyo resultado puede verse en el libro: “Educación sentimental y erótica para adolescentes, con varios ejercicios cuya finalidad es ayudar a desarrollar otro tipo de relaciones y de erotismo. En la realización y valoración del proyecto me di cuenta que era fundamental realizar el proceso de la Coeducación sentimental.
Otro fenómeno observado en las relaciones, relaciones escolares y sociales, fue el de la violencia, una violencia aparatosa y compulsiva fundamentalmente en los chicos, que proyectan su malestar violentamente sobre otros chicos considerados poco masculinos y sobre las chicas. En ellas la violencia es ejercida a través de la rivalidad y las críticas a otras chicas o la imitación de los modelos violentos de los chicos, que también ocurre algunas veces. En todo caso el cuidado de las relaciones y la mediación pacífica es mucho más frecuente en el modelo femenino que en el masculino. La masculinidad violenta se aprende y la indefensión de esta violencia también.
- ¿Qué emociones están detrás de estos comportamientos?
- ¿De dónde viene esta violencia?
La violencia expresa un malestar con el que no sabemos que hacer y esconde una herida, un dolor y unas emociones no reconocidas, ni siquiera hechas conscientes y que, sin embargo, están dentro de una manera normalizada de relacionarse en esta sociedad. La ira es la emoción más frecuente en el arquetipo viril protagonista de la historia, el cual se erige como modelo de éxito para muchos varones.
El hecho de ejercer poder, extendiendo el dominio sobre territorios, mercados y personas, forma parte del arquetipo viril protagonista de la historia,[1] que se ha convertido así en la base de gran parte de los estereotipos dominantes de la masculinidad. Este arquetipo viril queda simbolizado en un varón joven, arriesgado, duro, valiente, franco, contundente y firme, que reprime la empatía y las reacciones demasiado afectivas con las otras personas o seres de la naturaleza. Este arquetipo muestra la separación y la diferencia con otros seres humanos, más que la unión y la semejanza. De esta manera se prepara el camino hacia la intolerancia con otras formas de masculinidad y, por tanto, con otros seres y pueblos. Este es también el arquetipo de la mayoría de los héroes modernos que vemos en las películas y series televisivas.
Esta sustancia patriarcal ha pasado a formar parte inconsciente de la estructura mental y emocional de hombres y mujeres, aunque no en el mismo grado ni de la misma manera, y tenderemos a reproducirla en nuestras relaciones, ya que está en casi todas las estructuras que rigen la sociedad. Estas relaciones son de dominio y sumisión o, tal vez, de rebeldía, pero en ambos casos dejan poco espacio para encontrar el propio deseo y responder desde él. Para responder desde el propio deseo será necesario recorrer caminos de escucha y reencuentro con nuestro primer cuerpo, el de la infancia y adolescencia, cuando estábamos más unidos a nuestras sensaciones y emociones, a nuestros bienestares y malestares.
Además este arquetipo viril se constituye en modelo o paradigma de todas las relaciones; económicas, sociales, ideológicas, amorosas y sexuales de nuestra sociedad. Por lo que respecta a la sexualidad este orden patriarcal considera a la mujer como ser para otros o ser de otros. El hombre, sin embargo, es considerado como paradigma de lo humano y representación universal y simbólica de mujeres y hombres, como ser en sí mismo o ser para sí en el mundo.
En primer lugar quiero destacar que el arquetipo patriarcal no tiene que ver con “lo masculino”, aunque pretenda presentarse en nuestra cultura como símbolo dominante de la masculinidad y muchos hombres, por tanto, y también algunas mujeres, por “amor” e identificación con ese arquetipo dominante, sean partícipes de él.
Es cierto, sin embargo, que también existen otros modelos -a los cuales se da menos importancia, menos relevancia en las páginas de los periódicos y en los medios- que son más cooperativos, más amorosos y que trabajan por la conservación y el cuidado de la vida en todas sus formas, modelos que podemos observar en las pequeñas comunidades que se rigen por la cooperación y participación en los bienes del territorio.
Ante esta cultura patriarcal propongo la cultura de la solidaridad y responsabilidad, en la que todas y todos hemos de colaborar y participar en la creación de un mundo más justo. Mujeres y hombres estamos invitados a ser igualmente responsables en la transformación del mundo patriarcal desde las bases del cuidado y del amor, donde la competencia, el dominio, la jerarquía, la lucha, el control y la sumisión sean erradicados para dar paso a una humanidad de redes solidarias en las que reine el respeto a sí mismo y a otros y otras.
¿Cómo educar entonces para que el modelo de conservación y cuidado de la vida en todas sus formas se haga posible? ¿Cómo transformar las injusticias, el dolor y la ira en energía constructora de otro mundo más justo y otras relaciones más armoniosas, cooperativas y satisfactorias?
Tratando de dar respuesta a estas cuestiones he ido tejiendo un programa de Coeducación emocional y sexual donde la cura a la violencia fuera el amor y las relaciones justas, no olvidando el hilo de Ariadna que conecta, en doble dirección, nuestro interior con el exterior y el exterior con nuestro interior, como en el mito de Teseo y Ariadna.
En esta comunicación expondré:
- El mundo de los afectos y la sexualidad adolescente desde una perspectiva de género, es decir, que supone la construcción de nuestras emociones y nuestro erotismo en una sociedad patriarcal. Tendremos en cuenta que toda la construcción social de la afectividad y sexualidad pasa por un cuerpo sexuado de mujer o varón, que a su vez ha adquirido una identidad de género a través, entre otras cosas, de la diferente educación sentimental y sexual de mujeres y varones en las familias y en los diversos medios de comunicación y educación de la sociedad.
- Los diversos guiones amorosos que se hacen patentes en las historias imaginadas –“La mejor historia de amor”- comparadas con lo que ocurre en la realidad. Por otra parte veremos las consecuencias de vivir amores en desigualdad, debido, entre otras causas, a la construcción romántica del amor, más patente en las mujeres y que conduce en varios casos a soportar los malos tratos. Por ello se hace necesario enseñar y aprender, más aún en la educación obligatoria, otras formas y modelos amorosos, tarea de prevención que debe hacerse prioritaria en la Coeducación Sentimental, no sólo en los centros escolares sino también en los medios de comunicación, fundamentalmente en los visuales y musicales.
- La necesidad de una coeducación sexual para aprender otras formas de erotismo que evite la violencia, el control y el dominio masculino y la supeditación del deseo femenino al masculino, para pasar a construir un diálogo entre los diferentes deseos de los cuerpos mediante la educación de la sensibilidad como arte de percibirse a sí mismo y de ver las diferencias del otro, de la otra, mediante el desarrollo sensorial, dando prioridad al tacto consciente, al respeto del espacio propio y ajeno y a la expresión de las emociones. Todo ello para favorecer las relaciones justas y de buen trato.
[1] Término utilizado por Amparo Moreno Sardà. (2007) De qué hablamos cuando hablamos del hombre. Treinta años de crítica y alternativas al pensamiento androcéntrico. Icaria. Barcelona.